viernes, 24 de octubre de 2008

LO SALADO Y LO DULCE

El talento se respira en cualquier región de nuestro estado de Veracruz. Este es el caso de la profesora Margarita Castillo León, quien ha publicado diversos cuentos y relatos populares de la región Xico y Coatepec. Ha participado en varios concursos de cuento, destacando los organizados por la delegación Xochimilco en el Distrito Federal; ganó en 2001 y 2002 el primer lugar.

Ella es licenciada en letras y maestra de educación primaria. Dado su gran arraigo con la región cafetalera de la que es originaria y a su compromiso personal por difundir la historia local, tiene a su cargo un proyecto muy importante: inculcó a sus alumnos aprender de los relatos y de las pequeñas historias que cuentan los adultos de su comunidad, con el fin de comprender las clases de historia.

Por esta razón, Margarita Castillo incluyó en su cátedra un taller de Historia Local que consiste en platicar con gente mayor a fin de conocer hechos y pasajes ocurridos en su congregación. Debido al éxito de su taller, desde el año 2006 a la fecha publica la serie llamada “Piedra y Cielo... Relatos de los abuelos contados por los niños”.

Este proyecto editorial nace como un medio para defender la identidad de los pequeños pueblos y comunidades.

Aprovechando la temporada de Todos Santos o Dia de Muertos, les quiero compartir un relato de la maestra Castillo León incluído en su libro "Historias y Recetas de la Cona Xiqueña", relato que me permiti reproducir en radio a través del programa El Latir de Veracruz, en la sección infantil.

El relato se titula "Lo Salado y lo Dulce" y habla principalmente sobre las vivencias de un niño al momento en que su familia prepara los tamales para la ofrenda.

Dicen que porque tengo dos remolinos en la cabeza soy enojón y echo a perder la comida cuando se me antoja y no me la dan a probar. Eso asustaba a las mujeres cuando yo entraba a su cocina. “¡Los tamales se van a hacer xoxas”, gritaban y me daban a probar la masa; si no era a sí, quedaban crudos por más que se avivara el fuego. En ocasiones no bastaba con eso: había que meter en la olla un chile seco, golpearlos con ramas de sauco o de plano pitar con cal una cruz en el recipiente.

Comí tanta masa de niño, que ahora los tamales no me gustan.

Mi tía, que siempre ha sido una excelente cocinera, me dejaba estar con ella hasta altas horas de la noche, esperando a que saliera la comida que se serviría en el altar de Día de Muertos o en las fiestas de la Magdalena. A mi abuela no le gustaba que mi tía me diera de comer a esas horas, decía que me iba a empachar. Pese a las recomendaciones siempre era yo la primera en comer lo que fuera. Eso sí, esperaba a que mi tía me sirviera, yo no metía los dedos ni en las ollas ni en las cazuelas.

La niñez no conoce de reverencias, por eso mi abuelita nos domaba el antojo frente al altar de muertos contándonos, año con año, una aterradora leyenda que no por usada causaba menos miedo. Sólo el temor a los visitantes del inframundo era capaz de atarnos las manos. Impacientes esperábamos el dos de octubre para arrasar con todo.

Cuando los años hicieron que mi abuelita volviera a la niñez, ella y yo fuimos las más pequeñas de la casa e hicimos equipo. Yo corría y ella me seguía bastón en mano por cualquier broma o travesura. Pasaba largo tiempo persiguiéndome, hasta que la desesperación la hacía arrojarme lo que estuviera a su alcance... varias veces cambió mi rostro burlón por uno lloroso. “Te di chamaca”, gritaba y pasaba la tarde feliz. Cuando la puntería le fallaba se quejaba con mi tía, entonces ella fingía que me pegaba y yo fingía que lloraba. Hasta entonces mi abuela se tranquilizaba.

Aún así, cuando cayó en cama era por mi por quien preguntaba. Yo me recostaba a sus pies y ahí dormía, sin puntería y sin risas.

La vida tiene tanto de salado y dulce que no sabemos cuándo estamos en qué lugar, pero lo cierto es que hasta los sabores más opuestos pueden llegar a mezclarse, así como los tamales.

2 comentarios:

RUY dijo...

En realidad ¡hermoso! Qué relato tan maravilloso; que ricura de historia y que final tan sabio. Justo ahora no se dónde me encuentro, si en lo dulce o lo salado de mi vida.

Gracias a Margarita Castillo León por el cuento, y a ti, mi querido Iván, por compartirlo en tu espacio. Reí y me movió la fibra.

Me deja un buen sabor de voca.

RUY dijo...

Fe de errata
quise decir "buen sabor de BOCA"